La ansiedad tiene fama de aparecer en los momentos más inoportunos.
La reacción de lucha o huida de nuestro organismo, necesaria en el pasado para la supervivencia, sigue existiendo, pero se manifiesta de forma inoportuna y cotidiana.
Las reuniones no son una excepción.
Emily Durham, orientadora profesional, creadora de contenidos y presentadora del pódcast The Straight Shooter Recruiter, cuenta a Business Insider que muchos de sus clientes han admitido sentirse nerviosos antes de las entrevistas y de hablar en público. Muchos también dicen sentir lo mismo antes de entrar en una reunión.
Durham cuenta que a ella le pasaba exactamente lo mismo.
«Tenía desodorante de manos de prescripción médica», admite, explicando que lo necesitaba porque le sudaban mucho las palmas de las manos al entrar en una sala de reuniones.
«La barrera que está impidiendo avanzar no tiene que ver con tu habilidad, con tu experiencia, ni con los ejemplos que has preparado, sino con la confianza que tienes al presentarte y la falta de convicción de que la gente quiera escuchar lo que tienes que decir», explica.
Nuestro peor crítico
La ansiedad en el trabajo no tiene nada de novedoso, pero volver a la oficina tras un largo periodo trabajando desde casa puede hacer que algunos empleados se sientan más estresados que de normal.
Para los miembros de la generación Z especialmente, se trata de una sensación bastante familiar, ya que casi la mitad afirman sentirse ansiosos y estresados casi todo el tiempo en el trabajo según una encuesta realizada por Deloitte el año pasado. Algunos incluso tienen «ansiedad por los menús».
La ansiedad ante las reuniones puede manifestarse de muchas formas distintas, pero a menudo tiene su origen en el síndrome del impostor o en sentimientos similares que te hacen creer que no mereces estar en la sala y ser parte de la conversación.
Así que, decides hacer lo contrario, te encoges y te dices a ti mismo: «Probablemente debería permanecer callado mientras tenga que estar aquí», dice Durham.
Se trata de un desajuste entre cómo nos tratamos a nosotros mismos y cómo tratamos a los demás, añade. Aunque nos reprendamos a nosotros mismos por tropezar con nuestras palabras, equivocarnos o decir algo incorrecto, probablemente nunca notaríamos algo así en nuestros compañeros, ni se lo recriminaríamos.
«Tienes arraigada esa creencia fundamental de que necesitas demostrar tu valía para que te reciban bien, y eso no es sano, y además no es verdad», dice Durham. «Es una presión que te pones a ti mismo para darles a los demás cierta impresión sobre ti mismo», agrega.
Esto afecta especialmente a las mujeres y a las diferentes intersecciones de identidad, según Durham, lo que puede frenarlas en sus carreras. No suele ser algo de lo que hablen mucho los grupos no marginados, como los hombres blancos cisgénero, añade.
«Se les ha inculcado que su voz siempre importa», afirma. «Que cuando son asertivos a la hora de opinar, se les recompensa». En comparación, cuando las mujeres negras hablan, pueden ser tachadas de «agresivas» o «enfadadas», señala.
«No genera un espacio en el que las mujeres de color se sientan cómodas expresando sus opiniones o haciendo esas preguntas», afirma Durham.
Algunas también tienen miedo a que las vean; más concretamente, miedo a que las vean fracasar. Les preocupa decir algo equivocado o hacer una pregunta que los demás consideren estúpida o que tenga una respuesta obvia. Esto a la larga implica que nunca van a tener la oportunidad de demostrarse a sí mismas que están equivocadas.
Y entonces piensan: «No debería haber dicho nada, soy una idiota», dice Durham. «Y no hacen más que reforzar ese ciclo que ellas mismas han creado».
Formar un nuevo hábito
Parte de la ruptura del ciclo negativo consiste en darse cuenta de que puede que la gente no te preste tanta atención como crees.
Durham dice que un buen comienzo es darse «permiso para decir lo que no se debe» y para «meter la pata», porque pronto notarás que «la gente no te presta tanta atención como a sí misma». También debes recordar que las personas que hablan claro son las que tienen más posibilidades de llegar más lejos en la vida, afirma Durham.
Diversos estudios han demostrado que la confianza en uno mismo puede confundirse con la inteligencia en el trabajo, y un profesor de la Harvard Business School recomienda incluso «poses de poder» que refuerzan esos sentimientos de confianza en uno mismo.
Durham defiende que se trata de tomar la decisión de levantarse cada día y escoger hacer gala de una confianza en uno mismo que todavía no se siente, hasta sentirla de verdad.
Una forma de desarrollar esa habilidad es ponerse a uno mismo de forma habitual en situaciones incómodas y tener «pequeños momentos de valentía en el día a día».
Puede ser algo tan insignificante como acercarse a alguien en el metro y hacerle un cumplido sobre sus zapatos. O levantar la vista en una sala de reuniones y entablar conversación con un compañero de trabajo.
«Aunque tartamudees, aunque no lo digas de forma tan perfecta como originalmente pretendías, ya te está obligando a dejar de pensar tanto y te está llevando a la acción», afirma Durham. «Solo tienes que salir de ese ciclo día tras día, aunque solo lo hagas un 1% mejor cada día», añade.
Elogiar a la gente puede alimentar la confianza, agrega Durham, porque nos hace sentir que tenemos autoridad para hacer que los demás se sientan bien.
«Eso es muy bueno para nuestro cerebro», afirma.
El síndrome del impostor severo y la creencia de que uno no pertenece al entorno no es algo que se pueda solucionar con simples trucos.
Pero Durham afirma que quienes simplemente tienen dificultades para dar el primer paso en una reunión deben recordar que es poco probable que vayan a acabar mal.
«No tienes que preocuparte por si vas a decir algo fuera de lugar, porque la persona que dice algo fuera de lugar no necesita que le digan dos veces que hable primero y piense después», dice.
«Si eres alguien que está absorto en sí mismo, no eres precisamente a quién va dirigida esta crítica constructiva», añade. «Así que intrínsecamente no vas a decir lo que no debes».