El domingo 7 de mayo de 2017, Manuel Jurado vivió uno de los momentos más felices de su vida. Con tan solo 25 años, este músico nacido en Puerto Cabello (Venezuela) logró el tercer lugar en el Concurso Internacional de Dirección de Orquesta 3.0. ¿El premio? Una beca en la Escuela de Dirección de Orquesta y Banda Maestro Navarro Lara, en Madrid (España).
Por supuesto, la oportunidad de la vida, una de esas circunstancias que suelen cambiar el rumbo de la vida. Y en el caso de Manuel lo hizo, en efecto, aunque el proceso fue distinto a como él, seguramente, lo imaginaba. Lo cierto es que hoy no solo es un reconocido director de orquesta, lo que siempre soñó, sino también, una fuente de inspiración para muchos.
Manuel es uno de tantos jóvenes formados en el seno del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Uno de tantos, pero no uno más. Se inició a los 10 años y no pasó mucho tiempo antes de que su talento quedara al descubierto. El maestro Juan Antonio Abreu, uno de los más reconocidos de Venezuela, vio en él algo distinto.
Entonces, lo motivó para que, de manera inesperada, comenzara la aventura de convertirse en director de orquesta. Bajo la tutela de Abreu y otros destacados maestros, Manuel se dio a la tarea de explotar su talento. “Comencé a dirigir a los 11 años y no he parado de mover la batuta. En este tiempo, nunca dejé de estudiar y así seguiré hasta alcanzar mi meta”, dijo.
Era principal de la fila de trombón de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Carabobo cuando el maestro Abreu lo descubrió. “Había aprendido algunos movimientos de mi director Joshua Dos Santos”, relató, pero ser director no estaba en sus planes. No en ese momento. Por eso, cuando Abreu lo abordó y lo incitó a comenzar la aventura, se sorprendió. “Hijo, vas a ser un gran director”, pronosticó.
Tras este insólito encuentro, Abreu lo puso bajo la égida del maestro Diego Guzmán al que le pidió que puliera la piedra hasta convertirla en un diamante invaluable. El proceso se dio a la distancia, con Guzmán en Caracas y Manuel, en su natal Puerto Cabello. También recibió clases de maestros como Sung kwauk, Claudio Abbado y Simon Rattle, todos de renombre internacional.
Uno de sus primeros hitos fue dirigir en el Carnegie Hall, de Nueva York, uno de los escenarios soñados de cualquier artista del mundo. Fue en 2012. “Dirigí a la Sinfónica Simón Bolívar. Tengo una foto de ese momento, que nunca olvidaré. Me sorprendió el público. No caí en cuenta cuán importante era esa sala y ese compromiso hasta que subí al podio”, confesó.
Al concurso internacional, que se realizó en Ecuador, llegó por un camino inesperado: “Vi el anunció en Facebook, me pareció interesante y me inscribí”. El certamen consta de varias rondas y para la primera debían enviar un video. Al poco tiempo, recibió un mensaje en el que le informaron que, entre más de 200 aspirantes, había sido seleccionado como uno de los mejores 30.
En esa etapa, además de los jurados Juan Carlos dos Santos y Francisco Navarro Lara, ambos reconocidos maestros, el público tenía la oportunidad de votar y elegir a su favorito. El proceso, que duró un mes, le dio un lugar entre los 10 semifinalistas. Aunque no ganó, logró la beca que le permitió llegar hasta Madrid, donde la vida lo llevó por caminos inesperado.
Allí comenzó otra historia. La historia que inspiró este contenido que te comparto. Tras terminar los estudios, que se extendieron durante un año, el maestro Navarro lo tentó para que se quedara y continuara con el proceso. “Con la inocencia del venezolano, digo ‘sí, bueno, tengo un currículo y puedo hacer carrera acá”. No sabía lo que le esperaba.
“Si para un músico es muy difícil lograr una oportunidad, para un director de orquesta es muchísimo más complejo: nadie te presta una orquesta sinfónica”, expresó. Fue, entonces, cuando comenzó una dura etapa en la que desempeñó oficios diversos propios de cualquier inmigrante venezolano: domiciliario de Glovo, camarero, cualquier oficio que hubiera que hacer.
“Pedaleando en mi bicicleta, cuando iba a entregar los pedidos, pasaba más de 30 veces al día por el Auditorio Nacional de España. Mi sueño era estar allí, dirigir una orquesta allí. Yo solo volteaba la mirada, lo veía y decretaba que algún día iba a lograr mi sueño”, explicó. Dentro de su corazón, la llama seguía prendida y no estaba dispuesto a dejar que se apagara.
“Después de dos años, no pude más. Tuve una depresión muy grande porque no estaba haciendo lo que me gusta. Y no renunciaba a mi sueño. Entonces, como que desperté y un día me dije ‘Bueno, si nadie me brinda una oportunidad de dirigir una orquesta, yo voy a crear una que sí brinde esas oportunidades’. Así empezó la orquesta Carlos Cruz Diez”, relató.
“En aquel momento, pensaba que cumplir mis metas era imposible. Trabajaba 10 horas al día y ganaba apenas lo necesario para pagar el alquiler de una habitación, comer y sobrevivir. Cada día veía más lejos el sueño de estar de nuevo al frente de una orquesta sinfónica”. Sin embargo, la vida tenía otros planes y poco a poco le indicó cuál camino debía seguir.
Entonces, comenzó el proceso de buscar a aquellos otros venezolanos músicos que estaban por ahí, refundidos, enredados, y convocarlos para formar la orquesta. “Todo el mundo decía que estaba loco porque no había un lugar para ensayar, porque no había dinero para pagarles a los músicos. Sabía de todos esos problemas, pero nada de eso me detuvo”, relató.
Con convicción, con terquedad, con ilusión, Manuel respondía a sus detractores: “primero vamos a sembrar y después vamos a recoger los frutos”. Su prioridad era ayudar a quienes se habían visto forzados a dejar de lado sus sueños. “Una de las tragedias cuando uno emigra es que casi nunca trabaja en lo que le gusta, en lo que te formaste en tu país de origen”, dijo.
Poco a poco, con paciencia, reunió al grupo. “Todo el mérito lo tienen ellos, que faltaban a su trabajo, dejaban de ganar dinero en las calles, por ir a ensayar todos los domingos durante 2 años sin cobrar un euro”, aseguró. Sin embargo, aún faltaba ese punto bisagra que le da el toque especial a cada historia maravillosa, el momento que marcó el antes y el después.
“Un día recibí la llamada de Beatriz Octavio, que tiene una fundación llamada Código Venezuela. Es una entidad que se preocupa por ayudar a los inmigrantes venezolanos en temas como empleo, educación, bienestar y trámites legales”, relató. El objetivo era invitarlo a la inauguración de la Plaza Mayor, un desarrollo arquitectónico muy importante en Madrid.
“Me dijeron que estás conformando una orquesta. Quiero que estés allí”, le dijo Beatriz. Los ensayos fueron en un colegio y ese día se presentaron con 25 músicos. “Fue una locura. Había más de 5.000 personas y 3.000 eran venezolanos”, recordó Manuel. Interpretaron una serie de temas clásicos de la música de su país y, literalmente, armaron una gran fiesta.
Lo mejor, sin embargo, estaba por venir. “En las semanas siguientes, mi teléfono no paraba de sonar. Recibí una gran cantidad de llamadas de felicitación, de aliento, de admiración”, dijo. Una de ellas fue de un número no identificado. “Atendí y me dijo que se llamaba Isabel, que era venezolana y trabajaba en Got Talent (un reality muy famoso en España). Quería que estuviéramos allí”.
Después de lo ocurrido en la inauguración de la Plaza Mayor, la Orquesta Cruz Diez se hizo viral en las redes sociales y fue allí donde el director de Got Talent los escuchó. Lo sorprendió la calidad interpretativa y, aunque no sabía nada de la orquesta, entendió que debía estar en su programa. A pesar de lo que significaba esta oportunidad, Manuel lo dudó al comienzo.
“Lo percibía como muy show y no veía cómo la orquesta podía encajar allí”, confesó. Al final, por la insistencia de Isabel (“me llamaba todos los días”), asintió. Y no tardó en darse cuenta de cuán equivocado estaba, porque cada presentación en el reality fue un suceso. Además, fue la mejor vitrina posible, dado que a diario millones de personas ven el programa.
Millones de personas que, por supuesto, se enamoraron de la Orquesta Cruz Diez. Que no fue la ganadora de aquella edición 2023 de Got Talent. Terminaron en el tercer lugar, pero aquella experiencia fue un gran triunfo: se visibilizaron, inspiraron a todos y conmovieron a propios y extraños con su historia. Hoy, además, son ejemplo de un fenómeno social: los inmigrantes.
“La filosofía de la orquesta es que no importa la raza, no importa la religión, no importa de dónde eres. Simplemente, queremos darte una oportunidad para que sigas creciendo y desarrollándote a nivel musical”, explicó. “Más allá de la música, el mensaje es que transformamos vidas a través de la música y que todo el mundo debería trabajar en lo que le gusta”, agregó.
“Somos inspiración para los músicos que quieren trabajar, pero también para todo inmigrante que trabaja en una bicicleta, el que es médico y quiere tener su consultorio, el abogado que quiere tener su despacho. Somos la inspiración de todas esas personas que quieren lograr su sueño y, por eso, las incentivamos para que nunca paren, para que no renuncien”, expresó.
Recapitulemos: ¿recuerdas cómo comenzó esta historia? Manuel Jurado se ganó una beca para estudiar música en Madrid (España). Hoy, a la vuelta de los años, después de pasar por mil y una peripecias, de sufrir en carne propia el karma de ser inmigrante (y venezolano), la vida le sonríe. Y le sonríe a carcajadas, porque su mensaje retumba, literalmente, por doquier.
Ahora, entonces, trabaja por el siguiente sueño: “Que lo vamos a cumplir, sí o sí”, anuncia. ¿Cuál es? “Queremos nuestra sede. La meta es crear una orquesta infantil para motivar a todos esos niños que sienten pasión por la música”. No me lo has preguntado, pero en mi opinión lo logrará pronto. ¿Cómo puede estar seguro? Porque ya hizo lo más difícil…
Moraleja: nada de lo que te sucede en la vida, inclusive lo que calificamos como negativo o lo que nos cambia el plan que habíamos trazado, determina lo que eres o lo que obtienes. Esto es resultado de cómo enfrentas esas dificultades, esos retos, y de cuáles son las acciones y las decisiones que adoptas. La inspiradora historia de Manuel Jurado es muestra de ello.